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Santa (A) Polonia: La historia de una patrona

Santa Apolonia, festejada cada 9 de febrero por los dentistas españoles como su patrona, no goza de mucha aceptación general entre los devotos, a juzgar por la poca presencia que la mártir tiene en el callejero urbano. Solo se conocen siete poblaciones españolas que le rinden homenaje en una de sus calles: Avilés (Asturias), Cariño (A Coruña), Peñaranda de Bracamonte (Salamanca), Cáceres, Soria, Madrid e Higuera de Vargas (Badajoz). Y en los dos últimos casos, y aquí viene lo sorprendente, como Santa Polonia; sin la A.

Esta es solo una de las muchas incógnitas, cuando no contradicciones, que rodean la vida y obra de esta mujer del siglo III (200 – 249), como su representación iconográfica de joven cuando a su muerte era de avanzada edad (49 años para la época no eran pocos, aunque no una anciana, como la definió Dionisio), la personalidad de los padres, el método utilizado por sus torturadores para dejarla sin dientes o cómo fue muerta finalmente.

Origen del nombre Apolonia

Según algunos historiadores, el nombre de Apolonia procede de las mismas raíces que Apolinar, es decir, de Apolo, divinidad greco-romana que, curiosamente, era padre de Asclepio (Esculapio para los romanos), dios de la Medicina. Sin embargo para otros estudiosos de las etimologías Apolonia procedería del vocablo griego apól.lymi, que significa destruir, o los hay incluso que apuestan por el vocablo alemán Apfel, manzana.

No cabe duda que el origen más probable sea el del dios Apolo, pues algunos de estos historiadores apócrifos aseguran que el padre de la santa era un ferviente adorador de esa divinidad pagana. Y aquí surge una nueva divergencia, pues otros testimonios, no menos apócrifos que los anteriores, aseguran que había sido bautizada muy pequeña (otros dicen que a los 16 años) y educada en la fe cristiana por sus padres. Hasta tal punto tuvieron efecto esas prédicas paternas que, desde joven, Apolonia quiso renunciar de forma voluntaria al matrimonio y mantenerse virgen para dedicar su vida a Jesús, llegando incluso a ser diaconisa, es decir, una mujer consagrada o bendecida para ejercer determinados ministerios en las iglesias cristianas, cargo religioso existente en esa época, lo que la llevó a predicar la religión, condición por la que sus torturadores comenzaron por romperle los dientes.

Vida y muerte

Como muchas otras historias del martirologio cristiano, la de Santa Apolonia no está exenta de curiosidades y, también, de lagunas. Vacíos en una biografía más justificados tal vez en este caso por tratarse de una santa nacida en Alejandría, en el siglo III de nuestra era, cuando Egipto era una provincia ulterior del Imperio Romano, que comprendía la mayor parte del actual territorio egipcio, a excepción de la península de Sinaí.

Se trata, pues, de una santa cristiana copta, que fue muerta en el transcurso de un cruento levantamiento local contra los seguidores de Cristo a cuenta de la celebración del milenio de la fundación de Roma, en época del emperador Filipo el Árabe. Un agorero con influencia entre la plebe predijo graves penas y calamidades para la ciudad, de las que culpaba a los cristianos. De los desmanes cometidos contra los pobres coptos se hizo eco Dionisio, a la sazón obispo de la ciudad, quien en una carta dirigida a Fabio, su homólogo de Antioquía, le relataba la furia desplegada por los alejandrinos paganos hacia sus conciudadanos monoteístas, cometiendo atrocidades que en ningún caso intentaron detener las autoridades.

Aparte del saqueo de numerosas viviendas cristianas, entre otras crueldades, Dionisio cuenta cómo fueron asesinados Metras (o Metro o Metrius) y Quinta (o Cointa), convertidos así en los primeros mártires cristianos de esta persecución alejandrina, al negarse a adorar a los ídolos paganos y a apostatar de su religión. El anciano Metras fue azotado y le clavaron estacas en los ojos antes de morir lapidado, y Quinta, que lejos de rendir pleitesía a los ídolos paganos los insultó, fue arrastrada por los talones hasta las afueras de la ciudad y una vez allí murió lapidada. También se recogen las circunstancias de la muerte de un tal Serapión, que fue torturado en su casa antes de ser arrojado desde la azotea.

El apartado que Dionisio dedica en su carta a la patrona de los dentistas fue objeto de controversia entre los propios cristianos al reconocer en su forma de morir una incitación al suicidio. La cosa, según Dionisio, fue como sigue: «En este tiempo Apolonia era considerada importante [por su ya apuntada condición de diaconisa, es decir de catequista y predicadora]. Estos hombres la agarraron también y con repetidos golpes rompieron todos sus dientes. Entonces amontonaron palos y encendieron una hoguera afuera de las puertas de la ciudad, amenazando con quemarla viva si ella se negaba a repetir, después de ellos, palabras impías, como blasfemias contra Cristo o invocación a dioses paganos. Por su petición propia, fue entonces ligeramente liberada, saltando rápidamente en el fuego, quemándose hasta la muerte».

Reivindicada por San Agustín

Esta forma de morir es la causa de que santa Apolonia no tenga presencia en las iglesias orientales, pese a haber vivido y muerto en Alejandría, pues se consideraba que su ejemplo era una llamada al suicidio. Su admisión en las iglesias occidentales se debe a la interpretación que San Agustín hizo de ese acto final. El santo de Hipona explicó que el acto de Apolonia para acelerar su final no fue sino una actuación invocada por el Espíritu Santo para evitar su pecado, con lo que dejaba zanjada la cuestión de su posible suicidio.

Para enredar más el triste final de Apolonia, en el que parece no existir duda sobre su martirio, hay fuentes que la mantienen viva incluso en medio de las llamas y que sus torturadores tuvieron que recurrir a un enorme alfanje para cortarle la cabeza que es, según esta nueva versión, como murió: degollada.

Ciertamente, sin ser trascendental, las versiones no coinciden siquiera en la forma en que Apolonia fue desdentada, pues hay quienes dicen que se debió a los puñetazos propinados por los verdugos de la santa, otros que con una piedra y aun quienes aseguraron que se emplearon unas tenazas para arrancarle los dientes.

Esta ambigüedad en la forma de morir de santa Apolonia fructifica en un hecho posterior que sí es comprobable. La comunidad cristiana quiso recordar la figura de la mártir virgen y recogieron las piezas dentales para repartirlas entre los creyentes. El resultado es que se han contabilizado más de 500 dientes repartidos entre distintas iglesias de medio mundo. Con todas las reservas que el caso exige, parece ser que la relación de reliquias dentales de la santa lleva a ermitas, templos, capillas y hasta catedrales de: Plasencia y Madrid (España), Lisboa –en la capital portuguesa existe un reconocimiento popular más amplio de la mártir pues su estación ferroviaria recibe ese nombre, Santa Apolónia, igual que la de Sevilla es Santa Justa– y Oporto (Portugal), Brindise, Roma y Nápoles (Italia), Kilstett y Toulouse (Francia) y Tournai (Bélgica).

Asimismo hubo piezas dentarias atribuidas a la santa en Barcelona, en una iglesia que le estaba dedicada, pero que desapareció durante la guerra civil española y con ella se perdieron también los santos relicarios dentales. Para mayor confusión dicen que la cabeza de Santa Apolonia se encuentra como reliquia en el interior de un busto custodiado en la iglesia de Santa María de Trastevere de Roma.

Evolución del instrumental

En sus escritos, Dionisio la define como virgen anciana y, si son ciertas las fechas de su nacimiento y muerte, no parece que 49 años sea una edad próxima a la ancianidad, pese a que en la época el índice medio de vida no debía ser mucho mayor.

Más explicación tiene que se la representase siempre como una mujer mucho más joven, igual que ocurre en la iconografía de la Virgen María, por ejemplo, en la que se ha aprovechado más habitualmente un rostro joven que senil.

También se la ha representado habitualmente con una hoja de palma en una mano, símbolo del mártir, y en la otra unas tenazas, pinzas o alicates que sostienen una pieza dental en su extremo. Por esta última circunstancia, la sucesiva iconografía de la santa representa una interesante visión de la evolución desde las herramientas más primitivas utilizadas por los dentistas hasta casi nuestros días.

El martirio dentario de Santa Apolonia la convirtió en intercesora de quienes padeciesen dolores dentales. Dicen que en el último momento gritó que quienes la invocaran cuando tuvieran dolores dentales dejarían de sufrir, así es que durante siglos se recurrió a ella como único recurso para aliviar las molestias de la boca, lo que la convirtió en una santa muy popular. Hasta que a mediados del siglo XIX, la aparición de la anestesia y posteriormente otros calmantes, propiciaron la progresiva pérdida de su popularidad hasta ser prácticamente olvidada. Fueron precisamente los dentistas quienes contribuyeron a mantener vivo su recuerdo al convertirla en patrona de su profesión.

El doctor Madera

Y en esto de mantener el recuerdo de Santa Apolonia tiene mucho que ver el doctor Gregorio López de Madera, que en tiempos de Felipe II mantenía un pequeño retablo en la fachada de su casa madrileña, en la que hoy es conocida como calle de Santa Polonia (sic).

No deja de ser interesante que el doctor Madera eligiera la imagen de santa Polonia para el pequeño altar instalado en el exterior de su casa, y en ningún caso parece exagerado pensar que lo hiciera por su afición a los temas dentales. No en vano, como ya hemos visto, la mártir era requerida como solución espiritual a los males físicos de los dientes.

Esta calle madrileña aparece, pero sin ser nombrada, en el Plano de Pedro Teixeira de 1516. Y ya con el nombre actual, Santa Polonia, en el de Antonio Espinosa de los Monteros de 1769. Datos que se recogen en un libro editado en Madrid, en 1889, sobre el origen de las calles madrileñas y que dice lo siguiente:

«Santa Polonia. Entrada por la calle de Santa María y salida á la de San Juan [hoy de Moratín] .

Aparece, pero sin nombre, en el plano de Teixeira; en el de Espinosa con el actual.

Se conservan antecedentes de construcciones particulares desde 1783.

Pocas noticias se conocen acerca de la vida de esta Santa. Sábese sólo que vivía retirada en Alejandría cuando se decretó una persecución contra los cristianos, y la Santa, inspirada por la divina gracia, se arrojó a la hoguera que se le tenía preparada para el martirio, el año 252 [aquí a la santa se le dan tres años más de vida]. Un retablito que representaba á Santa Polonia, colocado en la fachada de la casa del doctor Madera, médico de Felipe II, dio nombre á la calle».

Hasta aquí los datos aportados por este libro de finales del XIX sobre el origen de la calle Santa Polonia que, por cierto, sigue teniendo la entrada por Santa María, pero la salida ya no es por San Juan sino que ahora esa calle se llama Moratín. Llamada así por ser en la que nació este literato, Leandro Fernández de Moratín, el 10 de marzo de 1760, poeta y dramaturgo renovador de la escena española con obras como La nueva comedia o El sí de las niñas.

Una historia novelesca

Pero sigamos la pista del doctor Madera para tratar de justificar la presencia de la imagen de la santa en el exterior de su casa.

Descendiente de familia ilustre, Gregorio López Madera fue protomédico general de Felipe II. Parece ser que inició estudios de Teología, pero tras mudarse a los de Medicina, se graduó a los veintisiete años. Los contactos familiares le permitieron pasar en seguida a servir al emperador Carlos V como médico de cámara, y posteriormente a su hijo, el rey Felipe II, del que se convirtió en su protomédico, algo así como el examinador y el que concedía las licencias para el ejercicio de la Medicina, además de ejercer como consultor real. En su condición de protomédico trataba todo tipo de males, desde las fiebres a las roturas de huesos y, claro está, las dolencias dentales, y como tal médico de elevado rango acompañó a don Juan de Austria en la campaña militar que, entre 1568 y 1571, llevaron a cabo las tropas reales capitaneadas por el hermanastro del rey para sofocar la rebelión de los moriscos en las Alpujarras.

Pocos meses después, en octubre de 1571, y ya convertido en consejero político personal del Capitán General de la Mar, fue nombrado protomédico General de la Liga Católica formada para combatir al ejército turco en la batalla naval de Lepanto que comandó el de Austria, quien hasta última hora fue asaltado por la duda sobre la conveniencia de atacar a la flota oriental. Parece ser que mucho tuvo que ver el doctor Madera en la decisión final del militar español para plantar batalla. En la contienda intervino como capitán de galera uno de sus hijos, don Jerónimo López Madera, quien años más tarde, en 1578, moriría peleando en Namur a las órdenes de Juan de Austria, quien también perdió la vida en esta región valona de los Países Bajos (en la ciudad de Bouge), aunque en su caso fue por el padecimiento de fiebres tifoideas.

En agradecimiento por lo acertado de su consejo, don Juan de Austria regaló a su médico el estoque que el papa Pío V había enviado al general de los ejércitos de la denominada Liga Católica – formada por España, Estados Pontificios, las repúblicas de Génova y Venecia, los ducados de Saboya y Toscana y las órdenes militares de Malta y de San Lázaro de Jerusalén – en vísperas de la decisiva contienda que le enfrentaba a los navíos del Imperio Otomano. De este hecho se dejó constancia en la lápida de la sepultura del doctor López Madera, guardada en la capilla de Santo Domingo del convento de Nuestra Señora de Atocha, en Madrid, en la que se aseguraba que don Juan le regaló el espadín «por haber sido su consejo gran parte para que se diese la batalla».

Final apacible

Después de tantos ajetreos bélicos, los años siguientes serían más tranquilos para el linajudo y encopetado protomédico real, pues la segunda hija de Felipe II, la Infanta Catalina Micaela de Austria, tras su boda con Carlos Manuel I de Saboya, en 1585, pide a su paterna majestad que le permita al Doctor Madrea el traslado a Turín, donde se instalan los duques de Saboya, para que preste sus servicios médicos en la nueva familia.

Durante su estancia en tierras italianas, el doctor Madera se dedica a difundir algunos de los libros de su amigo Francisco Vallés, ilustre médico burgalés que impartía clases de anatomía práctica y cuya celebridad le llevó a ser conocido como Divino Vallés.

Su empeño difusor de las técnicas de su condiscípulo le convirtió en editor del entonces célebre tratado De urinis, pulsibus ac febribus compendiari tratatio, del que hizo dos ediciones que dedicó al duque de Saboya. También los duques se prendaron del carácter y de los buenos servicios prestados por el doctor Madera, de lo que son claro reflejo las palabras de la infanta Catalina dirigidas a su padre en una de sus cartas, en las que decía que «la vida del duque, la mía y las de mis hijas, todas, después de Dios, le son debidas al doctor Madera».

Con la satisfacción del deber cumplido, el doctor Gregorio López Madera regresó a la Villa y Corte donde murió seis años después de haber abandonado Saboya, el 3 de mayo de 1595, siendo enterrado «sin pompa ni boato», en el convento de Nuestra Señora de Atocha, edificio del siglo XVI que con el paso de los años sufrió diversas intervenciones arquitectónicas hasta convertirse, desde 1965, en la Basílica que es hoy, pero ya sin sepulcros en su interior.

En este suceder de los años, el estoque papal que don Juan de Austia regaló a su protomédico se dio por desaparecido – y así lo denuncia el doctor Nicasio Mariscal y García de Rello, médico higienista e historiador, en su libro Relaciones históricas de la medicina española con la italiana, publicado en 1924 –, aunque hoy está bien visible en el Museo Naval de Madrid.

Montante Pontificio de don Juan de Austria (1568)

En el momento de ser incorporado al Museo Naval, el montante de don Juan de Austria fue catalogado así: «Es de acero, oro y plata, anónimo italiano (longitud de la hoja 131,5 cm. y las totales 177 x 38 cm). Hoja de acero de dos filos y cuatro mesas, con vaceo central ancho y superficial que llega hasta la mitad de la hoja en la que se lee por ambas caras “PIVS . V . PONT . MAX . ANNO III”, el escudo papal y la marca del espadero –una letra griega omega coronada por una cruz, a cuyo lado Fernández Duro situó una fecha no legible en 1888 –, todo muy desgastado. Desaparecida la empuñadura original, se puso en 1869 una de gavilanes rectos de acero damasquinado en oro y plata sobre fondo pavonado en azul, obra del armero Plácido Zuloaga (1834-1910)».

Este tipo de estoques, montantes o pileum se venían concediendo desde la época del papa Julio II (pontificado de 1503 a 1513) a los personajes beneméritos de la cristiandad para premiar su labor en defensa de la fe católica. Cada año se forjaba uno, que era bendecido con gran solemnidad la noche de Navidad por el Papa acompañado del colegio cardenalicio. San Pío V (papa entre 1566 y 1572) concedió éste, fabricado en 1568, a don Juan de Austria tras la batalla de Lepanto (1571). El estoque pasó a manos del protomédico de don Juan, con el que fue sepultado, en el convento de Nuestra Señora de Atocha.

Posteriormente, en 1616, fue trasladado junto a otros trofeos de la batalla naval al Tesoro de la catedral de Toledo, donde permaneció hasta 1868, año en que fue incautado y entregado al entonces ministro de Fomento, Manuel Ruiz Zorrilla, que a su vez, y sin tener atribuciones para ello, se lo regaló a Juan Prim, hijo del general. Pero fue tal el revuelo organizado por la prensa que fue reclamado por el entonces ministro de Marina, Juan Bautista Topete, y en 1869 pasó al Museo Naval – aunque solo la hoja, pues su valiosa empuñadura había desaparecido en este errático recorrido –, en donde permanece actualmente.

De convento a basílica

La guerra de la Independencia afectó sobremanera al Santuario de Atocha que, no obstante, y pese a su estado ruinoso estuvo en funcionamiento hasta 1834, año en que fueron exclaustrados los últimos dominicos. La reina regente María Cristina, viuda de Alfonso XII, propuso levantar sobre esas ruinas una nueva basílica que, además, tuviera anexo un panteón para recoger los restos de hombres ilustres, cuya construcción se inició en 1892 y concluyó en 1899 sin que se llevara a cabo el total del proyecto por falta de presupuesto. La nueva Real Basílica de Nuestra Señora de Atocha se terminó en 1951, según reza un mural de azulejos que se encuentra en la entrada posterior, por la calle de Julián Gayarre, en la que también tiene su acceso el citado panteón.

MARFIL Y ORO

El tórrido estío exhorta la somnolencia.
Aletargado y ajado, recostado en
la mecedora, evoco mi pasado.
Y sueño con lo que fui,
y con lo que anhelé haber vivido.
Cultivé el noble Arte de Santa Apolonia.
Con mano izquierda burlé las embestidas
de la profesión.
Con garbo lanceé los retos del galeno.
Eso es lo que fui.
Me instruí en el Arte de Cúchares.
Por naturales lidié morlacos en la piel de toro.
Con honor bauticé un relumbrante
baile de capa.
Vadeé el dintel de la gloria del albero.
Eso es lo que anhelé haber vivido.
Diestro ministerio del Diente,
rosácea muceta, birrete de pitiminí,
fraterno tinte rosado de un capote.
Se agota el día y mi crepuscular
corporeidad expira.
Mi espíritu redimido salta al deífico
ruedo eterno.
Pronto hago el paseíllo con los dioses
de la Tauromaquia.
Somos uno y mi alma es torera a perpetuidad.

Autores

Director Emérito de Gaceta Dental

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